A lo largo de los últimos años ha habido sectores tanto o más tradicionales que éste a los que "le cayó la ficha" y han mostrado giros sorprendentes, en algunos casos pasando a la vanguardia.
Por citar alguno: las marcas de combustible (YPF, Shell, etc) El giro de sus publicidades, los impresionantes cambios en sus puntos de venta, la forma en la que incorporaron las promociones, los sistemas de fidelización de clientes... siguen sorprendiendo aún hoy.
¿Otro? Las farmacias (Farmacity) que eran hasta hace poco los comercios más quedados en el tiempo. O el mercado de la salud que -paulatinamente- (aunque nunca falta una marca o empresa que sigue usando la fórmula tradicional) deja de mostrar sus médicos sonriendo con sus guardapolvos blancos, rodeados de tecnología y aparatos de última generación en un marco pulcro y limpio y arriesga hacia una comunicación de marca vinculada a los sentimientos. (desde Oxford tuvimos la alegría de ser uno de los precursores de este cambio con nuestro cliente Hospital Privado y ganar un Premio Mercurio)
Pero, como contracara, hay sectores de la economía que se empecinan en mantener su comunicación en formatos tradicionales que -en mi humilde opinión- no sólo resultan neutrales en sus efectos marketineros sino que son francamente negativos. Por nombrar uno: el marketing de los repuestos del auto (y sus tradicionales almanaques!!) o incluso el marketing de las motos nacionales que no logran superar el formato del conductor manejando el producto y consignas sobre todas las bondades técnicas que el mismo tiene!)
¿Y el campo? Hablo de las propuestas de bienes y servicios que se dirigen al productor agropecuario. Allí -podría decirse- está todo por hacerse. La comunicación sigue siendo lineal: el producto, sus atributos técnicos y el logo. Muy pocos son los que apuesta a una comunicación más sofisticada, que llegue al corazón de los receptores.